Terapia de Vidas Pasadas- La ley del Karma

La norma psicológica dice que cuando no se toma conciencia de una situación interna, sucede fuera, como destino. Es decir, cuando el individuo no toma conciencia de sus contradicciones interiores el mundo forzosamente deberá representar el conflicto y partirse en mitades opuestas” (G. Jung)

Jung reconocía que aquello con lo cual no estamos conscientemente en contacto, nos ocurre como destino. Cuanto más conscientemente estamos conectados con nuestro mundo interior, más fácil es hacernos cargo de nuestro destino como oportunidad de conocimiento.

El concepto del karma tiene su introducción en el pensamiento occidental de una manera generalizada en los años 60, con la llegada de las religiones orientales. La palabra karma se ha vuelto habitual en nuestro vocabulario, convirtiéndose en un término muy trillado, superficial y frívolo, que sirve para la explicación de cualquier situación. En algunos círculos esotéricos y también de forma coloquial en la calle, es frecuente escuchar “es su karma” o “ha recibido su karma”. Esta anécdota ocurrida en Japón (un país budista), es un fiel reflejo de ello:

“Un estudiante de bachillerato mostró su boleta de calificaciones a su padre, quien se sintió disgustado con tantos suspensos. ¿Por qué son tan malas tus notas? Le preguntó el padre con dureza. A lo cual respondió el muchacho con indiferencia. Supongo que se debe a mi karma papá. Ante lo cual su padre lo abofeteó con fuerza. ¿Por qué me pegaste? contestó el chico; porque ese es mi karma, replicó el padre.” (La Rueda de la vida y la muerte, P. Kapleau, pag 277 )

Usualmente se ha considerado el karma desde una perspectiva fatalista, percibiéndolo como un castigo y como algo que debemos aceptar con resignación. Con frecuencia se destaca su aspecto temible y retributivo. Pero progresivamente en función de nuestra evolución de conciencia, vamos entendiéndolo desde una visión más seria y profunda, como un principio equilibrante que busca curar los extremos.

En principio nos puede parecer duro, si lo miramos desde la perspectiva limitada de nuestra personalidad. Sin embargo, sirve para poner límites al infinito proceso de creación de karma a través de nuestras reacciones repetitivas negativas y no quedarnos estancados en un camino de involución.

El karma es la ley universal de compensación y causalidad. A cada causa que creamos le sigue un efecto: “todo pensamiento o acción generado por el hombre vuelve sobre sí mismo”. Cualquier cosa que pongamos en movimiento, tarde o temprano regresa sobre nosotros.

El karma es acción y, a la vez, las consecuencias de esa acción que vuelven a nosotros en igual cantidad. Todos conocemos el dicho de: “cosechamos aquello que sembramos”. Según el tipo de semillas que plantes, así recogerás después. Si plantas ortigas no pretendas recoger rosas. Esta es la regla fundamental: “recibes del mundo aquello que entregas”.

Para buscar información acerca del funcionamiento del karma lo mejor es acceder a los escritos de los maestros espirituales de Oriente en cuyas tradiciones budistas o hindú está más arraigado este concepto. Paramahansa Yogananda, un conocido difusor de estas corrientes en Occidente escribió su “Autobiografía de un yogui”, de la que destacamos esta cita:

Hado, karma destino,-llamadlo como queráis- hay una ley de justicia, que de algún modo, pero no por azar, determina nuestra raza, nuestra estructura física y algunos de nuestros rasgos mentales y emocionales. Lo importante que hay que comprender es que, si bien no podemos eludir nuestro modelo básico, podemos trabajar de conformidad con este. Es allí donde entra el libre albedrío.

Somos libres para escoger y discriminar hasta el linde de nuestra comprensión, y, cuando ejercemos correctamente nuestro poder de elección, nuestro entendimiento crece. Luego, una vez que escogió, el hombre tiene que aceptar las consecuencias de su elección y seguir a partir de allí…Cuanto más profunda sea la autorrealización de un hombre, más influye este sobre el universo entero mediante sus vibraciones espirituales sutiles, y menos es afectado por la corriente fenoménica (el karma).”

La ley del karma, parte de la base de que la vida es una experiencia continua y que por consiguiente, no está limitada a una sola encarnación en el mundo material. Camina estrechamente enlazada con la ley de la reencarnación, que sostiene, que periódicamente los seres o almas se encarnan en cuerpos físicos para aprender determinadas lecciones y realizar un camino de evolución de la conciencia.

Es decir, que somos seres espirituales que bajamos a la Tierra de cuando en cuando para experimentar vivencias como seres humanos y no al revés. A través de una sucesión de vidas nuestra alma va perfeccionándose y evolucionando. En las diferentes vidas pasamos por una amplia gama de experiencias de todo tipo, placenteras y dolorosas; a veces respondemos de forma amorosa y otras, nos puede la ignorancia y el miedo.

Paso a paso vamos resolviendo nuevos retos y nos volvemos a encontrar con viejos problemas que se repiten y que no hemos podido superar. Cuando termina la existencia nos encontramos con nuestros guías o asesores espirituales entre vidas. Con su colaboración realizamos una evaluación y elaboramos nuevas estrategias para seguir aprendiendo.

Aquellos asuntos recurrentes en los que solemos tropezar una y otra vez y que nos cuesta transformar se vuelven a presentar, pero con un disfraz diferente. Las cualidades o dones ya desarrollados se convierten en tesoros y bendiciones que nos alientan en nuestro camino. El alma tiene una misión para cada vida.

La idea del karma está ligada al fenómeno de la polaridad, por la cual el universo mantiene un estado de equilibrio. Tal y como declara Gary Zukav: El karma no es una dinámica moral, la moralidad es una creencia humana, el universo no juzga. La ley del karma gobierna el equilibrio de energías entre nuestro sistema de moralidad y el de nuestros vecinos. Sirve a la humanidad como un maestro impersonal y universal de la responsabilidad” (El Lugar del Alma, pag.36).

Hemos de tener en cuenta que los seres humanos no estamos acostumbrados a la responsabilidad de nuestras acciones. Vivimos desorientados y determinados por un sin fin de patrones condicionantes (mentales y emocionales) que repetimos una y otra vez, pero en muy pocas ocasiones somos conscientes de ese proceso.

Continuamente estamos tomando decisiones pero no sabemos que lo hacemos, con lo cual decidimos de modo inconsciente. Somos tomadores de decisiones infinitas cada día, pero lo hacemos de forma automática a través de reflejos condicionados, al igual que los condicionamientos de Pavlov. Como resultado, tenemos respuestas repetitivas y previsibles ante el medio que nos rodea. El karma nos enseña por lo tanto, que aprendamos a tomar decisiones conscientes.

A medida que aprendemos a aceptar la responsabilidad por nuestras acciones pasadas, entramos en una nueva dinámica que nos permite manejar nuestro destino más libremente. J.L. Cabouli autor argentino del libro “Terapia de Vidas Pasadas” expone en ese sentido:

Aquí conviene introducir un nuevo concepto: la idea de reparación o de la rectificación de nuestras acciones. No hay castigo. El castigo no trae provecho a nadie. Dios o la energía Creadora, no se benefician en absoluto con nuestro dolor y sufrimiento. Lo que se espera de nosotros es que rectifiquemos o reparemos nuestras acciones pasadas. Si alguna vez ocasionamos algún dolor o algún perjuicio a alguien, no es necesario pasar por lo mismo. Ser maltratados no borrará el dolor a la persona que se lo causamos. Pero lo que si podemos hacer, es reparar el resultado de nuestra acción. Si hemos hecho sufrir, podemos reparar ese sufrimiento contrarrestándolo con una actitud de servicio, ayudando o sirviendo a quienes hemos perjudicado.

Si una persona fue un criminal en otra vida y mató a varios individuos ¿Cuántas veces tendría que ser matada para pagar su deuda kármica? Necesitaría muchas vidas inútiles para ello. Sin embargo, puede llevar a cabo una vida digna y provechosa, si acepta acciones de servicio a favor de aquellos a quienes mató en otra vida. El sufrimiento y el dolor aparecen cuando nos negamos a aceptar nuestra responsabilidad y a ayudar a quienes hemos perjudicado en una vida anterior…las situaciones las vivimos como castigo cuando nos negamos a aprender.” (Pag 57)

Los individuos tenemos una fuerte tendencia a enjuiciar, pero al hacerlo estamos creando karma negativo, volviendo a Gary Zukav, en este sentido dice:

cuando decimos de otra alma que es digna o indigna, estás creando karma negativo…pero esto no quiere decir que no debamos actuar apropiadamente de acuerdo a las circunstancias en que nos encontremos. Por ejemplo, si nuestro coche es golpeado por otro vehículo y el conductor de ese coche está borracho, es correcto que ese otro conductor sea declarado responsable, por los tribunales de la reparación del nuestro. Es correcto que se le prohíba conducir mientras conserva la intoxicación etílica.

No es apropiado, sin embargo, que permitamos que nuestras acciones se vean motivadas por sentimientos de indignación, de rectitud o de victimización. Tales sentimientos son resultados de hacer juicios sobre nosotros mismos y sobre la otra persona, se trata de una forma de evaluar las situaciones por la que nos vemos a nosotros mismos como superiores a la otra persona…Si nos encontramos comprometidos con el punto de vista del alma, debemos dejar de juzgar, incluso cuando se trata de acontecimientos que parecen impenetrables, tales como la crueldad de una inquisición o un holocausto, la muerte de un niño y la agonía prolongada de una muerte por causa de cáncer. No sabemos qué es lo que se está purificando con tales sufrimientos, ni tampoco los detalles de la circunstancia energética que está alcanzando el equilibrio” (pag 39).

Si queremos actuar desde el alma y no desde la personalidad, necesitamos aprender a practicar una justicia que no juzga, que es la que permite descargarnos del peso que supone erigirnos en jueces de los demás y nos libera de las emociones negativas de creernos superiores a los otros. Por eso Jesús enseñaba: “Si te dan una bofetada, pon la otra mejilla”.

Es una manera de detener la rueda del karma, ya que si reaccionas con violencia a las ofensas entras en un ciclo vicioso imparable que te conduce a un nivel de destrucción imparable, que no tiene fin. Ofrecer la otra mejilla supone rendirse, entregar las armas, confiar y entregarse. Deja que alguien que sabe más que tú se ocupe. Cristo no juzgó a todos los que le infligieron tanto dolor y humillación. Reclamó el perdón y no la venganza para sus torturadores. Por ello es necesario que practiquemos el perdón en nuestras vidas. Eso sí, siempre que se haga de manera reflexiva y consciente y no sea apresurado y arrogante y nos coloque de nuevo por encima del otro.

En la oración principal que nos dejó como legado dice: “…Perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden…”, nos ofrece visión amplia donde caben las diferentes expresiones de víctima y victimario, experimentadas a lo largo de muchas vidas. Entonces, comprendemos que progresivamente hemos ido alternando los papeles de víctima y verdugo y que ambas dimensiones conviven en el interior de cada individuo.

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